Una vez fui perseguido…
Por algo que en la Biblia llaman conciencia.
Y lo peor no era saberme hostigado; lo peor era
qué, esté donde esté, siempre me encontraba.
El remordimiento tomaba formas extrañas:
era el rumor de los árboles en el patio;
era el constante gotear de las canillas;
era el ronco e inerte sonido de la heladera.
Era el tenue resplandor al final del pasillo,
ese que aún hoy temo atravesar.
jueves, 14 de febrero de 2008
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